Ser recluso de la Cárcel Real en el siglo XIV y XV podía ser uno de los mayores castigos que en Sevilla se podía sufrir, pues si hoy en día un presidiario tiene una vida con comodidades, hace más de 500 años el panoráma era muy distinto: El edificio era descrito como un lugar atestado de presos, donde sólo los que podían pagar elevadas cantidades de dinero podían tener una celda propia. Los retretes eran prácticamente pozas inmundas, la salubridad nula y el agua no llegaba hasta allí. Los presos para evitar los castigos físicos se metían en la mugre hasta la altura del cuello y arrojaban el sucísimo barro mezclado con restos fecales a los guardias y verdugos.

   Fue Doña Guiomar Manuel, una de las grandes mecenas de Sevilla, la que dedicaría su fortuna, no sólo a realizar obras de caridad, sino también otras de carácter cívico para honrar a la ciudad. Entre las acciones que llevó a cabo desvió un ramal del agua procedente de los Caños de Carmona hasta la cárcel y mejoró así la higiene de los presos y alivió su sed.

   En este panorama habría que imaginar a Miguel de Cervantes que estuvo preso allí entre septiembre y diciembre de 1597. El lugar donde parece ser que inspiró su obra maestra universal, al menos así lo dice en el prólogo de la primera parte: «Se engendró en una cárcel, …»

   Este 22 de abril se celebran los 400 años del fallecimiento del escritor. En nuestras rutas histórico-literarias sin duda este lugar es parada obligatoria.

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